Realmente tiene un color especial, si se tira de tópicos. Pero no es simplemente un centrifugado de lunares y volantes. Ni de tapas y vino. Ni de coches de caballos y chiste fácil. Ni de arte árabe y romano.
Sevilla se ha convertido en un punto intermedio entre la tradición y la novedad. Es una ciudad extrovertida, su agenda está siempre repleta de eventos y su vida social es frenética. Similar a Valencia en cuanto a creatividad y espíritu, encontrarás entre callejuela y callejuela del casco antiguo un sitio para pequeñas tiendas donde se amontonan con gracia inéditas piezas de ropa, ilustraciones, objetos de decoración, y otras joyas vintage. Buenos ejemplos de ello son RUE 8 (Pza San Francisco, 9) y Zagora (Calle Alcaiceria, 8).
También hay lugar para lo dulce, y no en forma del tradicional kiosko; sino en forma de templo del color y el azúcar. Wonkandi es una nueva cadena de golosinas estrenada en la ciudad noble, y una parada obligatoria para hacer feliz a cada uno de nuestros sentidos. Y se encuentra todo organizado y ordenado, para poner un punto de cordura ante tanta tentación.
Como referencia vanguardista (algo obligatorio para cualquier gran ciudad que se preste), también se puede encontrar lo que se conoce como Las Setas. Se trata de un mirador, que contiene un mercado, que a su vez contiene un restaurante, y que a la vez de su vez, fue el centro de las asambleas de indignación de mayo de este mismo año. Un todo en uno que rompe con la arquitectura tradicional, y que ha convertido una extravagancia en un imprescindible, para poder conocer Sevilla al cien por cien y de cabo a rabo.
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